3 de octubre de 2006

Historia incompleta.


Alcanzó con mimo sus zapatos.

En esa ocasión, decidió que utilizaría aquel betún colorado que guardaba unicamente para ocasiones especiales.
Cogió la esponja y frotó con sumo cuidado aquellas zonas donde la piel se había levantado por el paso del tiempo. Esperó a que se absorviera el ungüento, para volver a suministrar una nueva capa. Quitó suavemente el betún sobrante, y con una gamuza limpia trató de uniformar la superficie, antes de cepillar para obtener el brillo deseado. Parecía estar dándoles una última caricia.

Había comprado cordones nuevos. Rojos. De la mejor fibra y mayor resistencia.
Hiló uno a uno ambos cordones, hasta comprobar que quedaban equidistantes y preparados para la lazada perfecta.

Estuvo tentado a calzárselos de nuevo y comprobar la suavidad de los pasos y aquellos movimientos gráciles y livianos, que únicamente era capaz de ejercitar cuando los sentía en sus pies. Pero... no lo hizo.
A su lado había una caja de cartón descolorida, cuyas esquinas aparecían golpeadas de tantas idas y venidas dentro de su maleta, cuando tenían que hacerse un hueco entre la espuma de afeitar y el album de fotos familiares que procuraba llevar siempre.

Cogío la caja e introdujo suavemente los zapatos. Los rodeó con un papel de seda de color blanco y titubeando cerró la caja.

No volvería a bailar.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

me lo explique

Lunarroja dijo...

Yo creo que está muy explicado. Y muy bien explicado, la verdad.

Perovsquita dijo...

Muchas gracias lunarroja y gracias por pasaros por aquí.

Saludos!

Anónimo dijo...

hay dias en que hasta se guardaria la sonrisa en una caja...

Un abrazo amiga.