5 de abril de 2011

En clase.

Llevo 40 minutos intentando compreder la verborrea del que se hace llamar profesor, sin entender ni una sola de sus palabras.
A estas alturas de la clase, tengo el sonido de sus pasos clavado en mis oidos. Podría asemejarse a un reloj que ha dejado de marcar la hora, estancadas sus agujas sin avanzar: Tic tac, tic tac. 
El tiempo parece haberse contraído, mientras en la hoja de mis apuntes, los dibujos se han expandido más y más. Podría dedicarme a los comics. Buscar un argumento y lanzarme de cabeza a dibujar la historia. Quizás fuera más productivo que estar escuchando estas teorías que, con sinceridad, no me interesan lo más mínimo. ¿Quizás? No, estoy seguro.
La era de los descubridores e inventores terminó. Ya está todo inventado. Tenemos internet, no?
Ups! Parece que el profesor está comenzando a preguntar. Supongo que más de uno hemos terminado por rendirnos a los brazos de Morfeo y pretende retomar el combate, que ya tiene perdido, para intentar captar nuestra atención.
Pero... ¿qué es lo que está preguntando? Este tío se flipa. ¿Como vamos a saber eso? Anda... preguntale al empollón, que seguro que tampoco lo sabe. ¿ó si? 
¡¡Cielos!! Que suene por fín la alarma indicando el final de la clase. Ese sonido estridente que en numerosas ocasiones suena a música celestial.


Ringggggggggggggggggg Ringgggggggggggggggggg Ringgggggggggggggggggggggg

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