6 de abril de 2011

Aquellos maravillosos años.

Los niños ya no sueñan con dragones que exhalan fuego de sus fauces. Ya no quieren poseer una espada con la que luchar contra las injusticias acaecidas en ese recóndito país que solo aparece en los libros de colores colocados en las baldas inferiores de las estanterías de las Bibliotecas.

Ya no se imaginan ser príncipes cabalgando a lomos de un hermoso corcel, surcando praderas y venciendo las inhóspitas condiciones climáticas, con el ansíado sueño de alcanzar el castillo que alberga a la princesa más bella que han podido imaginar, y cuya vista les hará olvidar las penurias del camino.

Ellas, ya no sueñan ser princesas, ataviadas con bellos ropajes y cautivas de un amor que aún no conocen, pero que saben que algún día llegará a galope, trayendo consigo mismo el calor de unos besos con los que abrigar unas nuevas ilusiones.

Ya no sirven el te en tazas de plástico de colores. Ya no son capaces de imaginar el humo de un café recien hecho, ni el sabor de esas galletas imaginarias de mil sabores que educadamente ofrecen a sus invitados, invisibles en ocasiones.


Los balones ya no están prisioneros en el campo de juego. Y saltar a la comba ha dejado de ser el juego estrella en los patios de recreo: Mercurio, Venus, Tierra, Marte, Júpiter, Saturno, Urano, Neptuno y Plutón. La Luna y el Sol.
Incluso hoy, no puedo evitar tararear aquella canción cuando enumero los planetas del sistema solar. Y... ¿la tabla de multiplicar? Hacer la prueba de recitar una tabla de multiplicar sin terminarla con ese rintintín rítmico que servía para no perdernos en la enumeración.
Y.... los lápices de colores, y los sacapuntas, y la mochila, y los estuches de dos pisos, y las carpetas clasificadoras, y..... y.....

En una palabra, que hoy estoy de añoranza.




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