20 de noviembre de 2008

Sembrando mentes...

No se si en alguna ocasión os he contado que mi profesión frustrada es la de profesor, y que para combatir dicha frustración, suelo dar clases particulares de matemáticas. Ya se que para algunos esta aficción no dejará de extrañarles, pero reconozco, que es toda una aventura intentar motivar una mentes que a priori se encuentran cerradas a todo conocimiento exterior y todo movimiento de neuronas.

Mi alumno es un chico inteligente, en mi opinión bastante inteligente, lo que sumado a que está en plena edad del pavo, le convierte en el tipo más vago que te puedes encontrar. Además, se ha convencido a si mismo de que únicamente los superdotados, intelectualmente hablando, son los únicos para los cuales está hecho el abismal mundo de los números.

Así que, para convencerle de todo lo contrario, tengo que buscar casos reales de personajes que lograron ser una eminencia en su campo, pese a que tenían muchas cosas en contra. El ejemplo de ayer fue Einstein, precursor de la teoría de la relatividad, quien, estando en el instituto suspendía matemáticas.

Con esto, trataba yo de convencerle de que los seres humanos somos todo potencia dispuesta a explosionar bajo unas condiciones adecuadas y en un instante concreto.

Todo esto, picó su curiosidad para terminar preguntándome sobre la susodicha teoría de la relatividad.
Pese a ser físico, reconozco mi total ignorancia en ese campo, salvo algunas nociones que traté de componer como mejor pude y que tengo mis dudas le resultaran suficientes.

Y si.. resulta que estas semillas que semana a semana trato de sembrar en su mente, dan un día un fruto inesperado... supongo que ese sería la mejor cosecha que todo profesor espera recoger.



(pd.- la historia que inicialmente pensaba contar ha dado un giro de 360º, así que quizás mañana podais leerla)

1 comentario:

JuanMa dijo...

Cuando consigues eso es cuando tiene sentido dar las clases.

Un beso.