Habeís leido bien: odios.
Ya se que desde que eramos pequeños han intentado que nos deshiciéramos de esa palabra en nuestro diccionario. Y... bueno, es verdad que puede resultar un tanto radical y quizás brusca en su sentido más extenso.
Pero... para evitar que pueda parecer muy brusco el post de hoy, para empezar la semana, digamos que podríamos traducir la palabra "odios" por.... "todas esas cosas que me sacan de mis casillas", y aquí no entra para nada ningún portero, a no ser quue alguno os hinche alguna vena...
¿El porqué de este post? Pues bien. Tengo que remontarme a... exactamente una semana atrás. Hace una semana, como todos los lunes, cogí el tren para dirigirme al trabajo a unas hora digamos que... tempranas, lo cual significa levantarse de la cama a unas horas... bastante más tempranas, así que... durante el trayecto, la principal preocupación es tratarse de quedar dormido, para aguantar la jornada del día.
Pues bien. Estaba yo en esas... cabeceando cada dos por tres, cuando el tren hace su paso por Avila, donde se subió un batallón de gente a mi vagón (al vagón donde yo iba), comandado por un par de señoras que al igual que si estuvieran vendiendo lechugas en el mercado de abastos, ellas hacían públicos los sitios vacíos que podían ocupar sus colegas.
Ni que decir tiene, que tuve la grandíiiiisima suerte de que la cabecilla se me sentara justamente al lado, y que su segunda de a bordo se sentara al lado, tras el pasillo.
Se pasaron todo el resto del trayecto hablando. ¿Hablando? Um... gritando diría yo. Se contaron de todo. De los pisos en alquiler que tenía una, de los hijos que tenía la otra, de los intercambios de los hijos de la una, de los comentarios de los amigos de los hijos de la otra..... bla bla bla bla bla bla. Total!! que me jodieron toda posibilidad de echarme otra cabezadita, y no contentas con eso, tambien impedían que la lectura de cualquier libro, por mi interesante que fuera, quedara anulado por la berborrea que ambas verduleras empleaban.
Pasó la semana, y cual fue mi sorpresa cuando el viernes en el tren de regreso a casa, tengo la fatídica suerte de que de nuevo la cabecilla se me sienta al lado. Me alegré que no venía secundada por la otra, pero... cual fue mi estado, cuando veo que se pone a hablar con un compañero suyo que estaba sentado un poquito por delante de ella. Pufffff!, se me cayó el mundo a los pies. A dios gracias, el compañero no debía de tener ganas de conversación y eludió la de ésta, cosa que hizo que la señora en cuestión sacara un libro y se pusiera a leer.
Estaba yo, ya sonriendo por la tranquilidad que esperaba del viaje, cuando... cual fue mi sorpresa cuando la veo que saca una bolsa de maíces y se prepara para comerlos... ó... ¿tendría que decir engullirlos?
Abrió por una esquina la bolsa, de tal modo que vertía los "kikos" directamente de la bolsa a su boca. Puaggghhhh....
El olor de los kikos inundó parte del vagón, pero la señora siguió rumiando maiz, hasta que llegó a su destino.
Así que... me he dado cuenta que odio que la gente grite desmesuradamente, cuando lo que se desea es un poco de tranquilidad. Pero lo que más odio por encima de eso, es la gente que come maíces de esos olorosos en habitáculos minúsculos.
Por cierto: ¿y vosotros? ¿que es lo que odiais?