Lo que más me gusta por las mañanas, cuando me levanto, es acercarme hasta la cocina para poner el café.
Abrir el tarro que contiene herméticamente el café, disfrutar del aroma que sale buscando nuevos horizontes, y más aún si al introducir la cuchara se remueven los pequeños granitos de café.
Antaño, cuando en mi casa se compraba el café en grano, el olor que se obtenía al molerlo, entraba por la pituitaria, llegando incluso a las papilas gustativas.
El paso siguiente, como ya sabreís, una vez se ha echado el agua en el apartado correspondiente, es, colocar la cafetera a fuego. Desde lo más profundo de la tierra, el fuego confiere a nuestro café su textura líquida dispuesta para ser ingerido.
El agua sube, una vez ha entrado en ebullición y en su camino se entremezcla con los granos de café, dispuestos en su recorrido, para salir al exterior teñida ya de un color oscuro, y vestida de un bello perfume.
El olor se extiende por toda la casa, anunciando la hora de levantarse, como si de un despertador se tratase.
Su sabor amargo, y el calor con que pasa por nuestra garganta, le confieren su esencia especial. Esos minutos de tranquilidad en los que estamos solos ante el día, preparándonos para salir a hacernos un hueco en la selva de la ciudad en la que vivimos.
Hummmmm........... hummmmmm...... mi café.
Disfrutad del fin de semana.
3 comentarios:
Pues yo soy más de té. Es que el café y yo no nos ajuntamos. Buen fin de semana. Besis.
Soy Acus.
Lo malo del café, es que en exceso... te pone excevisamente nervioso, te quita el sueño, hace que vaya uno al WC...
Uy... a ver si voy a tener que retractarme...
Me acordaré de este post mañana por la mañana, cuando abra mi bote de café y me prepare el primero y casi siempre único que tomo al día...
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